A 44 años del comienzo de la última dictadura militar, la mirada sobre la persecución a las manifestaciones artísticas en el período entre 1976 y 1983 tuvo dos etapas muy diferentes, asi como lo fue el tratamiento represivo sobre las distintas expresiones. En el primer tramo, hasta el inicio del resquebrajamiento interno del régimen, la censura directa o indirecta estuvo presente en casi todos los espacios creativos, con especial énfasis en las propuestas sociales y en los artistas populares (presiones que habían comenzado con el accionar de la AAA a partir de 1974, y que forzaron al exilio a muchos creadores). Desde 1981, la resistencia comenzó a expresarse en distintas formas, como el primer Teatro Abierto que intent{o ser silenciado con el incendio de la sala Picadero. Pero la guerra de Malvinas marcó un giro con la prohibición de emitir por radios y televisión canciones en inglés y se masificaron propuestas culturales abiertamente opuestas al Gobierno de facto, pese a la represión que seguía concretándose.
Durante todo ese período, la relación entre la dictadura y el rock fue ambivalente, señala la agencia argentina de noticias Télam. Nacido bajo el influjo del movimiento hippie, de ideales pacifistas y de resistencia a lo establecido, y alimentado por letras alegóricas sobre la libertad, el amor y la rebeldía; el rock argentino quedó atrapado entre lecturas históricas antagónicas que alimentan leyendas épicas y acusaciones de colaboracionismo, según los diferentes análisis.
En el sesudo análisis de las letras de Charly García o Luis Alberto Spinetta, por citar algunos casos; y en la comunión que se daba en los conciertos, amplificados por las razzias llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad, muchos encontraron al género como un espacio de resistencia y denuncia al horror que desataba desde el poder. Pero que la Junta Militar no haya tenido como principal enemigo al rock y que los jóvenes que abrazaron la lucha armada cuestionaran su falta de compromiso, ubicaron al movimiento en un injusto lugar.
“El rock fue un lugar de refugio. Tampoco es cuestión de cambiar la leyenda negra por la blanca. Ni una cosa ni la otra”, dijo al ser consultado por Télam el periodista Mariano del Mazo, quien estudió el tema para sus libros “Fuimos reyes” y “Entre lujurias y represión”, sobre las historias de Los Redondos y Serú Girán.
El doctor en Comunicación Cristian Secul Giusti, por su parte, señaló que “es interesante pensar al rock como espacio de disidencia con opacidad, con cuestiones que no se entienden muy bien”. “Un espacio con protagonistas que no saben muy bien dónde posicionarse y entienden que no quieren una dictadura que coarte la libertad. Pero, a la vez, ellos también coexisten en ese ámbito. Participan, hacen discos, shows, giras. Eso da la pauta de que no eran el enemigo; si no no hubieran tenido la posibilidad de maniobra artística”, agregó el docente de la Universidad Nacional de La Plata.
Rubens Donvi Vitale, músico y factótum ya fallecido de M.I.A. (Músicos Independientes Asociados), fue quien morigeró el halo combativo del rock, con conceptos que hablaban de la desconfianza que provocaba en grupos radicalizados y en la ausencia de artistas de este género en las listas negras, en donde abundaban nombres fuertes del folclore.
“Creo que el rock tuvo un lugar fundamental de resistencia cultural en tiempos de dictadura”, deslizó su hija, Liliana Vitale, y recordó que la Junta Militar “intentó cooptarlos con conversaciones”. “El rock era considerado como medio evasivo por la militancia, era visto como pro-imperialista. El militante puro no se involucraba para nada en cosas como las drogas y, además, el compromiso profundo ideológico- filosófico de los artistas de rock hacía que no estuvieran tan en sincronización con la lucha más comprometida”, precisa.
En ese punto entra en juego su origen ligado a ideas de resistencia a la autoridad (sin centrarse en ese presente argentino) y su asociación con figuras poéticas o alegóricas que hacían difuso su mensaje, mientras que el folclore asumía el estilo panfletario de la canción de protesta. “El enemigo del rock, históricamente, es el poder. No importa si es democrático, dictadura o ‘dictablanda’. Desde su fundación, siempre tuvo problemas con la autoridad”, explicó Del Mazo, pero aceptó que “lo que se oficializa en la dictadura es el exterminio de la guerrilla, y en ese plan sistemático el rock no fue perseguido porque no era un peligro”.
Enemigos generales
“Hay una falla de origen en el rock argentino al no tener contrincantes tan visibles y ubicarse en grandes significantes, en grandes ideas. A la larga, en momentos inestables, queda un poco atrapado por no tener un concepto tan definido. Es un trastabilleo. Va viendo qué pasa y a veces queda medio desubicado”, analizó Secul Giusti. Del Mazo acotó: “era un movimiento que tenía un amplio ideario político pero que no se decidía a cambiar nada; en todo caso, quería cambiar la cabeza de cada uno”.
En lo que todos los consultados coincidieron fue en el espacio de resistencia que ofrecía para el público un concierto de rock y en la actitud de la dictadura de perseguir a sus seguidores por su aspecto o por alguna infracción a la ley de estupefacientes, a modo de amedrentamiento. “Los conciertos eran lugares de encuentro en momentos en que no había tantos”, recordó Del Mazo, más allá de que Secul Giusti apuntó que en los años más represivos “el rock no era un movimiento masivo”. Sin embargo, las razzias estaban a la orden del día, tal como subrayó Liliana Vitale, víctima y testigo de cómo las fuerzas de seguridad se llevaban al público a la salida de un concierto de Alas y de otro de B.B. King, con la excusa de “averiguar antecedentes”.
Intento de cooptamiento
Más allá de algunos casos puntuales, como los de Miguel Cantilo, León Gieco o los integrantes de La Cofradía de la Flor Solar, la dictadura no persiguió por su rol político al rock y sólo llevó a cabo acciones que buscaron amedrentar; pero con el correr de los años hizo esfuerzos por cooptar ese movimiento. Hay dos casos concretos que dan cuenta de ello y ambos ocurrieron en los años en los que la Junta Militar comenzaba a mostrar signos de crisis: en 1981, durante el gobierno de Ricardo Viola hubo una famosa reunión con distintos músicos en busca de un acercamiento; y, al año siguiente y en plena guerra contra Gran Bretaña, se hizo el Festival de la Solidaridad. “Viola quiso cooptar al rock porque vio que movía gente. La dictadura, al mismo tiempo que terminaba su plan de exterminio, soñaba con ser una alternativa democrática”, señaló Del Mazo, mientras que Vitale recordó los intentos del genocida Emilio Eduardo Massera.
Acaso, la masividad que el rock argentino fue tomando en aquellos años, lo cual se reflejó en los multitudinarios conciertos de Serú Girán y el regreso de Almendra, en 1979; así como la mala relación entre este espacio y los jóvenes que abrazaban la lucha armada como alternativa para enfrentar al poder, hicieron cambiar de acción al gobierno militar.
“Los tres protagonistas jóvenes cuando llega la dictadura eran: el joven complaciente, que escuchaba música más pop o a los románticos; el joven revolucionario, que es el atacado por la dictadura por estar en una organización guerrillera; y el joven rockero, más vinculado a los hippies, al pacifismo, a la música foránea, y a los que toman apenas como alguien díscolo”, graficó Secul Giusti.
Aunque señaló que “el periodismo especializado le quiere dar una épica que no tuvo” y que “el público le demanda eso”, Secul Giusti describió que “el rock argentino no trabajó letras que denunciaran el Terrorismo de Estado y, en todo caso, estaba bastante más cercano a pensar el autoritarismo en general o la versión de los militares como alguien autoritario”. Hecha esta salvedad, aceptó que “gente como Charly y Spinetta siempre tuvieron en claro que el enemigo era el que les coartaba la libertad”.
Interpretaciones de letras: las lecturas sociales y las aclaraciones de los creadores
Las lecturas que se hicieron de muchas canciones publicadas en tiempo de la última dictadura militar argentina crearon un relato épico que se desvanece con el paso de los años y las aclaraciones de sus protagonistas. Basta como ejemplo ver los casos de “Las golondrinas de Plaza de Mayo”, de Invisible, grupo que encabezaba Luis Alberto Spinetta (foto); o “Serú Girán”, del homónimo grupo que integraba Charly García, que también incluyó en su repertorio “Canción de Alicia en el país”. Mientras que el tema del Flaco fue visto como un grito de libertad en dictadura; la composición que daba nombre al grupo de Charly, escrito en un lenguaje inventado, fue entendida como la respuesta a la censura que impedía hablar de determinados temas, y la canción inspirada en la famosa novela de Lewis Carroll, una velada denuncia de las desapariciones y las torturas.
“No me di cuenta de eso. Es independiente del golpe militar y del momento político. Lo que pasa es que siempre hay un grito de libertad en alguna de mis letras, así como hay una permanente crítica al abuso de poder”, explicó Spinetta, en 1988, en diálogo con el periodista Eduardo Berti que quedó plasmado en su libro “Crónica e iluminaciones”.
Aunque Charly no se encargó de manera explícita de aclarar los tantos, lo cierto es que se supo que “Serú Girán” fue un simple juego creado junto con David Lebón y que “Canción de Alicia...” fue escrita para un filme de 1976, basada en el famoso cuento y dirigida por Eduardo Plá, aunque tuvo algunos retoques para su grabación en 1980, cuando ya se conocían denuncias concretas contra la Junta Militar.